“Ghana le pisó la cabeza a Estados Unidos”. Porque el primero es uno de los países más pobres del mundo, y el segundo, uno de los diez con mayor ingreso per cápita, sólo es posible asimilar esta idea en dos situaciones: en un relato de ficción, o en un partido de fútbol.
La dinámica cotidiana del mundo, desde el mismo comienzo de la humanidad, divide a los países en casilleros: potencias mundiales, desarrollados, del primer mundo, en vías de desarrollo, del tercer mundo, subdesarrollados (por no decir escandalosamente pobres)… en fin, un esquema de primacías que se replica en todos los ámbitos de la vida: en la economía, en la política, en el derecho, en los negocios, en el poder. Los más grandes ostentan su presunta autoridad para dar recetas al resto de cómo manejar sus vidas, desde sus economías a sus preferencias culturales.
Sin embargo, cada cuatro años, hay un rectángulo de césped verde que todo lo puede. Dentro de su perímetro se caen los privilegios. El que manda, manda por habilidoso, y el que gana, porque sabe guardarla en el arco ajeno.
En lo que va del campeonato mundial de fútbol, Sudáfrica 2010 ha entregado más sorpresas que previsiones. Pocos, si es que en realidad existieron algunos, hubieran sido los arriesgados que veinte días atrás vaticinaran en estas instancias un fixture con tantas presencias inesperadas y con muchas de las grandes potencias, por historial siempre prometedoras, afuera.
Este nuevo mundial ha venido a pararse como el gran superhéroe justiciero, que por un mes pone el mundo patas arriba y a los eternamente sometidos les regala el privilegio de sacar de plano a los sometedores. Los subdesarrollados se quitan el mote y con un remate al arco expulsan del escenario a los del primer mundo.
Francia, Italia, Estados Unidos, Inglaterra, Suiza, Australia…muchas de las potencias económicas que dominan la vida del planeta están afuera de este otro mundo que dura un mes y que tiene apenas unos pocos metros cuadrados, donde los más poderosos carecen de muchas cosas, menos de esfuerzo.
Todavía no hay nada resuelto, las instancias decisivas aún están por jugarse. No podemos decir que uno de ellos es el dueño de la copa, pero si podemos asegurar que todos ellos son dueños del protagonismo.
La dinámica cotidiana del mundo, desde el mismo comienzo de la humanidad, divide a los países en casilleros: potencias mundiales, desarrollados, del primer mundo, en vías de desarrollo, del tercer mundo, subdesarrollados (por no decir escandalosamente pobres)… en fin, un esquema de primacías que se replica en todos los ámbitos de la vida: en la economía, en la política, en el derecho, en los negocios, en el poder. Los más grandes ostentan su presunta autoridad para dar recetas al resto de cómo manejar sus vidas, desde sus economías a sus preferencias culturales.
Sin embargo, cada cuatro años, hay un rectángulo de césped verde que todo lo puede. Dentro de su perímetro se caen los privilegios. El que manda, manda por habilidoso, y el que gana, porque sabe guardarla en el arco ajeno.
En lo que va del campeonato mundial de fútbol, Sudáfrica 2010 ha entregado más sorpresas que previsiones. Pocos, si es que en realidad existieron algunos, hubieran sido los arriesgados que veinte días atrás vaticinaran en estas instancias un fixture con tantas presencias inesperadas y con muchas de las grandes potencias, por historial siempre prometedoras, afuera.
Este nuevo mundial ha venido a pararse como el gran superhéroe justiciero, que por un mes pone el mundo patas arriba y a los eternamente sometidos les regala el privilegio de sacar de plano a los sometedores. Los subdesarrollados se quitan el mote y con un remate al arco expulsan del escenario a los del primer mundo.
Francia, Italia, Estados Unidos, Inglaterra, Suiza, Australia…muchas de las potencias económicas que dominan la vida del planeta están afuera de este otro mundo que dura un mes y que tiene apenas unos pocos metros cuadrados, donde los más poderosos carecen de muchas cosas, menos de esfuerzo.
Todavía no hay nada resuelto, las instancias decisivas aún están por jugarse. No podemos decir que uno de ellos es el dueño de la copa, pero si podemos asegurar que todos ellos son dueños del protagonismo.
Por: Lucía Lalli
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