Imposible es nada. Solamente hay que animarse a hacerlo. Ganar es todo.
Nike elige cuatro de sus superestrellas futbolísticas para la campaña mundialista. En esta publicidad, las superestrellas ven su futuro, que se escribe de acuerdo a las acciones que ellos mismos realizan dentro de la cancha. La victoria dentro del juego colectivo, se transforma entonces en responsabilidad absoluta de la individualidad de un ser humano, elevado al status de una deidad por corporaciones multinacionales. Si los toca la varita del éxito, este futuro es esperanzador, y ya nada más les hará falta en su vida. Sin embargo, si por alguna de esas cuestiones no llegaran a triunfar dentro de la cancha, el futuro se vuelve absolutamente sombrío. Fracasar, básicamente, condena a las superestrellas al ostracismo.
Desde los sectores corporativos y mediáticos hay una insistencia peligrosa en un discurso que pone el éxito personal por sobre todas las cosas. Mensajes como estos preocupan, porque infunden una idea irreal del éxito dentro de jóvenes mentes. Las publicidades, de rostros famosos e impecables, ya no nos invitan a ganar. Nos obligan a hacerlo.
Por lamentable que suene, aún frente a los más extremos sacrificios, el éxito no le llega a todo el mundo. Franck Ribery, Wayne Rooney y Cristiano Ronaldo (ó CR9, su nombre comercial) se fueron temprano del mundial, sin haber hecho grandes méritos en la cancha, y dejando muchas promesas incumplidas. Ni hablar que el cuarto protagonista de la publicidad, Ronaldinho, ni siquiera fue convocado.
No hay mejor lección que ésta para todas aquellas corporaciones que fomentan un exitismo inalcanzable.
Por: Ignacio Fosco.
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